Era un poeta de asombrosa inspiración. Cuando observaba un árbol, en vez de sugerirle una oda a la Naturaleza, veía su libro impreso en tirada de diez mil ejemplares.
Era un intérprete con una enorme seguridad en sí mismo. Antes de empezar los conciertos, se dirigía al público pidiéndole que no aplaudiera hasta acabar la actuación.
Los mandatarios decían que una gran ciudad como la suya tendría que hacer gala de un gran museo. Lo construyeron. A partir de entonces tuvieron un museo grande.
Toda su vida la consagró a hacer algo lo suficientemente relevante como para figurar en las enciclopedias. Tuvo que comprar las editoriales que las publicaban.