QUIZÁ MAÑANA

años

Era atleta. Velocista. Los cien metros lisos. Pasó toda su juventud entrenando concienzudamente. Siempre le faltaron unas centésimas para clasificarse y poder disputar así los campeonatos nacionales. Los años se le echaron encima y tuvo que dejar las pistas. Se metió a relojero. Por fin le pudo a las centésimas, y aun a las milésimas.

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En aquella comunidad la muerte no existía. Cuando alguien fallecía, decían que se había ido al otro barrio, que había pasado a mejor vida, que había subido al cielo, que había estirado la pata, que se había quedado frito, que había doblado la servilleta, que había hincado el pico, que había liado los bártulos. Todos estaban gozosos de su inmortalidad, y el mismo gozo les hacía vivir muchos años.

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Las gentes de aquel lugar estaban muy disgustadas porque, a pesar de que tenían la esperanza de vida más alta de todo el planeta, querían vivir más años. Reunieron a los más ilustres doctores y les prometieron llenarles los bolsillos de dólares si lograban prolongarles apreciablemente sus vidas. Y lo hicieron: adelantaron diez años la fecha que marcaba el calendario.

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