QUIZÁ MAÑANA

día

-¿Por qué me miras mal?

-¿Y cómo sabes que te miro mal, si llevo puestas las gafas oscuras?

-Porque, si a pesar de que el día está tan nublado, llevas las gafas oscuras, es para poder mirarme asegurando la impunidad.

-La impunidad no constituye un delito.

-No sólo lo constituye, sino que además lo presupone.

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-Ha tenido suerte.

-Sería mejor que dijeras que está teniendo suerte.

-Se puede tener suerte en un momento concreto, aunque luego deje de tenerla.

-Hasta que no llegamos al final de nuestros días no podemos hacer el balance.

-Quizá tengas razón. Deberíamos conformarnos con ejercitar la conjugación de las formas impersonales del verbo.

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Empezó escribiendo un diario cada día un rato antes de acostarse, pero el tiempo se le quedaba corto para relatar todo lo que le había sucedido y todo lo que había pensado durante la jornada, así que paulatinamente fue dedicándole más tiempo. Llegó un momento en que se pasaba el día entero escribiendo en su diario sobre lo que lo que estaba escribiendo. El diario se convirtió en su vida.

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Un día dejó de comer y empezó a nutrirse de interrogantes. Estos se fueron instalando en la cabeza, y la cabeza creció. Mucho. Tanto, que se convirtió en un cefalópodo. Ahora tiene atrofiados los pies de no usarlos -era muy trabajoso caminar con tanto interrogante a cuestas-, y la gente juega con su cabeza dándole puntapiés; es como un balón, pero con nombre y apellidos e interrogantes.

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Tenía una curiosidad insaciable. Todo lo que desconocía era motivo de inquietud e insatisfacción. Un día cogió un ascensor. Al ir a apretar el botón del piso al que iba vio que debajo de la E del entresuelo, de la B de bajos y de la S de sótano había una sorprendente I; ¿I de qué? No pudo resistir la tentación y la pulsó. El ascensor bajó a una velocidad frenética durante un lapso de tiempo indeterminado, hasta que finalmente se paró. Satanás le abrió la puerta.

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Niño, tú nos has salido rana”; “niño, de tanto beber agua vas a criar ranas en el estómago”; “renacuajo, vete de aquí”. El niño tuvo la convicción de que se había convertido en un batracio. Y se resignó. A partir de entonces se pasaba la mayor parte del día bajo la ducha, procurando que su piel no perdiera la humedad. A tal cosa le obligaba su nueva naturaleza. Así descubrió lo relajantes que son las duchas.

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