todo
-¿Podría decirme a qué hora pasa el tren?
-No lo sé…
-Parece Ud. apesadumbrado.
-Lo estoy. Y aunque Ud. Sea un desconocido para mí, quiero confesarle la causa de mi pesar: me pesa la memoria.
-¿Cómo?
-Que lo recuerdo todo, absolutamente todo, y eso es una cruz.
-Ud. es un farsante. La semana pasada le pregunté la hora, y ahora no me ha reconocido.
-Le he dicho que lo recuerdo todo, pero Ud. está fuera del todo.
-¿Qué quiere decir?
-Que Ud. no es nada. Y la nada no merece atención alguna.
Era, de entre todos los homo erectus de aquel clan, el más extremista: siempre, o todo o nada. Cuando trajeron por primera vez el fuego al poblado, quedó fascinado. Y lo quiso para sí. Era uno de sus todos. Primero fue su luz: lo encandiló; luego su calor: lo reconfortó; finalmente, su ardor: lo quemó. El todo lo convirtió en nada.